Este cuento lo escribí hace poco para la facultad. Tiene una serie de consignas a cumplir pero prefiero dejarlo así y no ampliar mucho en el ejercicio, y que se defienda solito si es que puede, jaja.
Aunque es medio largo, espero lo puedan leer y les guste.
La agenda de Hugo Conde
Está demás decir que no manejaba el idioma, y a juzgar por los resultados, tampoco se las ingeniaba muy bien para hacerse entender. Ante la mínima pregunta que hacía, la gente lo rechazaba corriendo lejos de él. Si bien algunos pocos curiosos aclamaban su presencia por lo bajo y se regocijaban de alegría con solo verlo, acertaría en declarar que la mayoría le temían y lo evitaban con desparpajo y sin ocultamientos sutiles.
Era bastante pequeño para su edad, no caben dudas, pero que llevaba sus años con mucha dignidad con tan solo una arruga pronunciada en su amplia frente, tampoco. De ojos grandes y con la tez en plena fecha de vencimiento andaba por ahí con una galera de exagerado tamaño y un piloto color crema que arrastraba por el piso y le tapaba los pies descalzos. Esta vestimenta no solo le daba un aspecto misterioso, sino también bastante lúgubre. Llevaba ambas manos en el bolsillo, con la pequeña diferencia que la izquierda formaba un pequeño ángulo obtuso entre el hombro y las manos, ya que el codo sobresalía un poco hacia afuera. Una postura muy normal para alguien que lleva una agenda aferrada a la altura de la axila.
Frecuentaba lugares populares, de esos que no gozan de la mejor reputación aunque siempre estén repletos y donde las meretrices hacen su jornal a puro sudor. Se sentaba en una mesa redonda muy pequeña que estaba ubicada en el extremo del salón y en el cual la luz llegaba muy tenuemente, casi con vergüenza. Mientras una pinta de cerveza transpiraba y formaba una aureola de agua en la madera, él leía atentamente los renglones garabateados de la agenda que tanto cuidaba. No tenía muchas anotaciones, así que releía una y otra vez las mismas tratando de descifrar sobre que escribía Hugo Conde, el dueño de esa caligrafía.
Todas las mañanas despertaba en el mismo callejón con la misma preocupación, dónde y cómo encontrar al propietario de la famosa agenda, obviamente, para pedirle alguna recompensa económica que lo salve de la miseria que lo acosaba. Pero el problema era que nadie le prestaba atención, nadie quería escucharle realmente y responder sus simples y mal formuladas preguntas: -¿Conoce Hugo?, ¿Yo Hugo? ¿Agenda Hugo?-. Marginado y angustiado se decía a sí mismo: ¿Por qué me evitan?, ¿Acaso mis intenciones no son buenas, no tengo razón?, ¿Por qué nadie en este mundo conoce a Hugo Conde?
Seguía caminando los días con la cabeza gacha y los ojos brillantes llenos de lágrimas aun no derramadas. Nada ni nadie lo consolaba. El frío lo azotaba durante todo el día y no paraba de refregarse con sus largos dedos ambas manos. Le dolía el pecho de tanto extrañar a los suyos, a su familia en especial, pero en realidad se hubiese conformado con al menos entablar una conversación larga con alguien de su evolucionada variedad.
Así pasaron semanas y meses de búsqueda sin resultados. La lógica indicaba que ya debía darse por vencido, que debía abandonar esa proeza utópica que se había propuesto y de la que aun pretendía salir victorioso. Cada día que comenzaba se notaba más delgado y no sabía si era también por la falta de alimentación, pero ya le costaba bastante trabajo respirar con normalidad. Todo el tiempo se sentía perseguido, como vigilado. No importaba dónde iba o qué hacía; siempre veía a lo lejos a un señor de traje, sombrero y sobretodo que lo miraba fijo y hablaba ininterrumpidamente por teléfono.
Fue un jueves de invierno cuando respiró por última vez. El frío le había producido quemaduras en los pies y en las orejas. La galera que antes le cubría su calva y gran cabeza, ahora estaba sobre la vereda a unos pocos metros de él. El brazo izquierdo todavía sujetaba la agenda y la derecha se acostaba sobre su pecho, como si llevarse la diestra cerca de las costillas hubiese sido su último movimiento. En su rostro se percibía una mueca de dolor, acentuada aun más por lo que exhibía su desdentada boca abierta de labios arrugados.
Los curiosos que se amontonaban alrededor del cuerpo inerte que yacía boca arriba fueron disipados y alejados rápidamente por personas de traje, que en menos de cinco minutos llevaron el cadáver a la morgue federal. Horas más tarde como el país estaba paralizado por la muerte, el presidente de la nación tuvo que explicar brevemente por cadena nacional lo siguiente:
-Hoy, a las 10 horas del día, hemos sido testigos de un descubrimiento que podrá alterar y modificar por el resto de nuestras vidas el curso histórico de la raza humana y de todo el planeta Tierra. Tengo el deber y la responsabilidad como presidente de revelarles que en este mismo día, en el centro de la ciudad, hemos encontrado el cadáver de un extraterrestre que se hacía llamar Hugo Conde. Muchos testigos aseguran haber sido asechados por esta especie, y muchos juran que hay más entre nosotros. Declaro el estado de emergencia nacional y les pido se encierren en sus casas hasta que tengamos más información para brindarles. Desde hoy, los días ya no serán iguales, y desde hoy debemos estar más unidos que nunca. ¡Qué Dios los bendiga y los proteja!-.
FM