Camina por la vereda sobre esas baldosas que imitan a las olas y son del tamaño de una mano. La cuidad simula estar desierta, al menos por un momento todos parecen haberse escondido para él. El viento sopla casi con temor en una especie de susurro imperceptible. El cielo viste su túnica gris y espera el momento para llorar. Una isla desierta piensa, eso es una isla desierta. Pero no emite voz alguna, solo se habla a sí mismo y en tercera persona.
La capucha que lleva puesta le oculta el pelo, un traje de polyester para la libertad capilar. Un gato lo mira de lejos y eso lo intimida. ¿Por qué los animales parecen entendernos más que los humanos? Esta al pie de un árbol y lo persigue con la vista en cada paso. Por un momento hay un lazo de amistad entre los dos, un gesto cómplice de compartir algo y que no sea solo la imaginación de algunos. El felino huye tronco arriba y él detiene el paso. Mira hacia arriba, pero no al gato, sino al cielo. Llueve, esa es la verdad. Pero recién empezó, aun caen las primeras tímidas gotas. Se saca la capucha.
¿No es la lluvia el sonido de la libertad? Cierra los ojos para escuchar y se propone no pensar en nada, solo disfrutar cada partícula de agua que se estrella en la piel. Las gotas se sacrifican con más fervor y eficacia si uno quiere. Se apuran y se pelean entre ellas para llegar más rápido a la célula. Pronto las empieza a sentir como le rodean la frente, como se mezclan en el cuello hasta que desaparecen. La vida de la gota es muy efímera, pero trabajan con mucha dedicación y hay que respetarlas por ello. Son muy eficientes y responsables, no piden nada a cambio. Camicaces de primera mano. Nacen para ello y mueren con la ideología injertada en el centro del pecho.
Un auto lo saca de sí. Lo despierta del limbo y el nirvana que significa no pensar en nada y gozar de la lluvia. Seguro estaba por encontrar algún tesoro, pero igual gira la cabeza y mira fijo hacia el bólido que transita la calle en cámara lenta hasta detenerse. Los cinco dedos y la palma de la mano derecha le recorren la cara de abajo hacia arriba hasta enmarañarse en la cabellera. Un parabrisas humano piensa, y se ríe por dentro.
La puerta abierta indica el camino. Hay momentos en lo que no se necesita pensar, solo dejarse llevar, y él lo sabe. El motor apenas se puede oír. Ella, desde arriba del auto no lo mira, está concentrada en la caja de un CD que inspecciona con la vista y tiene entre manos. Con un dedo de uña despintada recorre el plástico de la contra tapa buscando algo. Y ahí está lo que quería porque sonríe y él le ve de perfil los dientes blancos de satisfacción. La boca pequeña del tamaño de una almendra y los ojos brillantes de siempre. Una verdadera joya de la naturaleza. ¿Podría ser más hermosa?
Canción número 12 de Big Ones.
Solo le bastan las primeras tres palabras de la canción para saber lo que tiene que hacer.
FM