Cover - Somebody That I Used to Know
Me fascinan los corvers. Malos o buenos siempre aportan algo nuevo a la biblioteca musical. En este caso peculiar son dos que me llamaron la atención.
- Yerba mía -
Uno no anda por la vida dudando
de la educación que recibió de sus padres, ni tampoco reniega de lo que la
educación institucional le dio. Al menos no de forma personal, sino más bien
abstracta. Es decir, visto como desde afuera, como algo antropológico.
Conjetura con esto y aquello y se mantiene al margen haciendo declaraciones
tales como: “La sociedad está podrida porque no hay educación” o “¿No te
enseñaron tus padres que tenés que lavarte las manos antes de sentarte en la
mesa?”. Cosas como esas aparecen, y por ahí uno se entretiene pensando en
ellas.
Verdaderamente creo que es nocivo
para la vida misma analizar absolutamente todo y relacionar todo con todo, como
si las cosas y los asuntos nacieran siempre por el mismo motivo carnal, pasional,
espiritual; o lo qué sea. Seguramente estaré quebrantando tantas teorías
psicoanalíticas en este momento que una solo hoja no alcanzaría para pedir
perdón, pero bueno, eximan de culpabilidad al ignorante. Aunque sinceramente,
prefiero ser condenado por ello que exonerado por cosas que realmente pienso.
Freud, un pensador pajero con mucho tiempo libre. Pudrite gil.
Hoy en día pienso en aquellos
días en los que forjaba mi inescrutable y obstinada personalidad. Un poco a
costa del amor y otro del dolor, aunque no importe mucho de qué lado este la
balanza. Las costumbres se arraigaron como raíces y muchas otras las fue
sembrando de a poquito, como ese maravilloso y hermoso hábito de tomar mates.
Hoy miro a los que toman café, té, y otros brebajes que no puedo dejar de
pensar que el mate los supera. Tal vez sea esa cosa estereotipada de que el
café es para los yanquis, el té para los ingleses y el mate para los sudacas
orientales y argentinos, pero aun así me felicito a mí mismo por tomar mates.
Me enorgullece y me identifica a cada momento. Cuando llego a la facultad en un
mundo atestado de gente que parece necesitar más una revolución que un título,
siempre aparece quien sea dispuesto a convidar un mate. Ya sé que muchos
estarán horrorizados a estas alturas pensado que es una inmundicia compartir un
mate con alguien que no conoces, pero gracias por eso porque desde ahí nace mi
orgullo. Del no prejuicio.
Cuando pienso en esos años, sé
que no heredé el mate. En mi casa abundaba el té en hebras y los cafés con leche
de mamá. Tal vez sea esa la explicación por la que hoy me gusta tanto compartir
cada una de esas infusiones. Y déjenme explicarme mejor. El té es lo mejor para
el gusto. La lengua experimenta esa hermosa sensación de llenarse de repente de
sabor. El café es olfato sin dudas. Uno huele café en las perfumerías
(intentando limpiar el olor para volver a consumir otro) y aun así le dan ganas
de tomar un café. Posiblemente en el lugar menos indicado, pero no se puede
evitar esas ganas profundas de tomarse un cortadito. ¿Y el mate? El mate es
amistad, es reunión y fraternidad. El mate reúne a todos los sentidos en una
sola experiencia. El olor del pelo quemado cuando uno enciende la hornalla, la
disposición precisa de la bombilla y la cantidad exacta de yerba. La textura de
la madera, calabaza o chapa que uno utilice en el asunto. Ver ese humito que le
sale al mate cuando uno se ceba uno calentito y matinal para despertar un poco
mejor y calentar un poco el cuerpo. ¡La temperatura del agua! Que no hace más
que recordarme el comienzo de “Vuelta al mundo en 80 días” de Julio Verne. Ni muy caliente ni muy
tibia, es un solo grado de diferencia, pero vital para que no se quema la yerba
ni que el mate carezca de vitalidad por más de tres o cuatro cebadas.
Pero el mate va más allá del
talento afrodisíaco del consumo matutino o taciturno. ¿Quién no invitó a alguna
chica a tomar mates a las 5 de la mañana, sabiendo a la perfección que nunca se
llegaría al segundo o tercer mate, pero que igual se preparaba como nunca
mejor? ¿A quién no lo despertaron con un mate antes de lavarse los dientes y de
pensar que su aliento sería el causante de un atentado? ¿Quién jamás espero a
un amigo con los mates listos esperando que le cuente aquellas hazañas de la
noche anterior? ¿Quién jamás descubrió que no había más alcohol y se fue a
preparar unos matecitos con el solo hecho de que los invitados no se fueran?
¿Quién nunca le cebo mates al conductor hasta el hartazgo de ese viaje
interminable con tal de que él no se durmiera? ¿Quién no conto sus secretos más
íntimos mientras jugaba con un mate en la mano?
El mate une, unifica e iguala.
Desde el más pobre hasta el más rico saben que cuando comparten el mate no
importan las cucardas que cuelgan del pecho. Y que nadie se anime a cantar
falta envido con un mate en la mano porque de los nervios te puede lavar la
yerba de tanto chupar la bombilla. El mate te da la interminable sensación de
que siempre se puede seguir charlando, de que el partido por más que tenga 90
minutos se puede extender por muchísimo más tiempo hasta que los jugadores ya
estén en sus casas. Y otra vez debajo del sol de Bogotá con mate en la mano y
el termo en antebrazo apretado en el pecho orgulloso de saber que la vida se
divide entre los que toman mates y lo que no. Pobre de ellos que aun no
descubrieron la primer ramificación de la conexión con la Pachamama. Pobre de
ellos que viven esa vida de Techin con la industria en sus órganos.
Hoy brindo y brindo con yerba
mate de toda la Argentina. Hoy brindo con un mate de palo santo de Mendoza. Hoy
brindo con una bombilla plana e inmaculada a pesar del tiempo que Daniel supo
modelar para los placeres futuros. Hoy brindo por 9 de Julio. Hoy brindo por
los mates que recorren las rutas argentinas, hoy brindo por la patria, lo
paisanos y los peones. Hoy brindo con mate para todos mis hermanos argentinos.
Hoy brindo por todos los indigentes que aplacan su hambre con un sorbo de mate
y que miran a los ojos de sus hijos con esperanza. Hoy brindo con un mate en la
mano.
Para cada uno de los Castaños por
la herencia adoptada y los momentos juntos.
Para la Pepi por cada sorbo de
esfuerzo.
Para el personaje de la abuela de
“Más liviano que el aire”.
Y por cada uno que compartió un
mate con este ser que escribe.
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