Old Habits Die Hard


No cabe la menor duda que cualquier cambio genera algo. Algunos son revolucionarios y trascendentes en el tiempo. Se convierten en históricos y transforman la vida general y social de las personas. Bueno, por eso mismo se llama “revolución” y no simplemente cambios. Requieren tal vez una modificación institucional y por sobre todas las cosas, un giro de timón de paradigma.

Por esencia o por naturaleza los seres humanos no están ni acostumbrados a esto, es más, justamente persiguen de forma indirecta o directa todo lo contrario que se denomina habituación. Este concepto sociológico habla y nos determina como animales de costumbres y hábitos, valga la redundancia. Construimos rutinas en base a las cuales formamos nuestra realidad y personalidad. Son los pilares del razonamiento. Son la forma más barata de ahorrar energías.

Supongamos que nos gusta tomar mates. ¿Se imaginan lo que sería pensar en cómo se hace cada vez que nos disponemos a ingerir esta infusión? ¿Acaso no sería devastador que cada acción requiriera de un esfuerzo o análisis previo? La respuesta es clara. Por ende, y por una cuestión puramente energética, automatizamos muchísimos movimientos y acciones de las que no estamos consientes al %100. Recordamos y memorizamos como hacer ciertas cosas, no todas obviamente, pero si la mayoría.

Hacemos el mate de la misma forma todas las mañanas, mediodías o noches. Destapamos la cerveza con la misma herramienta, caminamos por el mismo sendero o ruta rumbo al trabajo, nos bañamos con el mismo orden y lavamos las mismas partes de igual manera una y otra vez. La habituación es un proceso mutuo de acostumbramiento hacia los sujetos y también hacia los objetos, por eso esperamos que al llamar a cualquier centro de telefonía nadie nos dé una respuesta concreta de nada, jaja.

Como antes dije, la razón por la que hacemos esto es por un ahorro de energías. Para no desgastar la menta resolviendo cosas, las memorizamos y procedemos una y otra vez de la misma forma. Acatamos las ordenes de nuestro consiente e inconsciente al igual que un esclavo. Pero nunca nos preguntamos qué cambiaría si algunas de esas líneas de conducta se desfiguraran y mutaran de un día para el otro. Ir a la facultad con otro colectivo, o caminando; manipular el mouse o el control remoto con la otra mano; acostarnos en la cama del lado de los pies en vez de la cabecera; cambiar de bolsillo el celular, la billetera y las llaves, etc. ¿Qué si el cambio nos invita a la reflexión? “La sociedad de los poetas muertos” mis amigos, solo eso dice lo suficiente.

Cuando una persona habla de la rutina en líneas generales protesta, maldice ese momento predecible, pero sin embargo cuando se va de vacaciones extraña su baño, el olor de su casa, su desayuno a la mañana, su toalla seca y colgada, y extraña su yo mismo sin pensamientos en teoría “insignificantes”. Digamos que pensar está asociado directamente con las cosas de importancia, con los asuntos de estado reglamentario individual, con lo biológicamente correcto y con la inteligencia motriz de los conceptos y la información. Pero pensar, lamentablemente debo informales, que es mucho más banal de lo que se cree. Y si a las pruebas me remito, aconsejaría a cada uno de los lectores, tomar un camino alternativo del que acostumbran a utilizar para ir a cierto lugar.

Tengo el deber de informar que las rutinas no las impone nadie, que las creamos nosotros mismos para después extrañarlas e insultarlas alternativamente al mismo tiempo y por cantidades iguales. Creo firmemente en que cualquier actividad y conducta debe ser sometida a pruebas empíricas para corroborar si verdaderamente van hacia el lado correcto de nuestros objetivos vitales. Tal vez el resultado no sea el que esperamos, pero servirá sin dudas para no llevarse a uno mismo por delante. Debo reconocer que los cambios cuestan muchísimo más que las rutinas, pero que sin lugar a dudas, no hay nada más gratificante que reaccionar ante la vida y darse cuenta de lo que somos y lo que hacemos.

Remember


Muchas veces pienso en las cosas que se van. No en todas y no a cada segundo. Son momentos que por lo visto se vuelven melancólicos o nostálgicos. Instantes en los que recordás algo y te quedas ahí un rato, divagando en ese limbo. Las cosas que se fueron, las personas que desaparecieron, los recuerdos licuados y toda la vida misma resumida en un par de ojos cerrados.
No todo parece fértil y feliz, pero la mayoría sí. No por cierto, sino porque  los humanos elegimos pasar por el tamiz los recuerdos que nos convienen o tal vez, nos dejan un sabor más dulce en el paladar. Son, están y por ende, son más. Uno acumula, sigue y acumula nuevamente. Algunos se les pierden en el camino. Muchos quedan ahí, pero otros vuelven a golpear la puerta llamando la atención para ganar un nuevo protagonismo inesperado e impensado.

Esto es para los que ellos y aquellos, estos y esos.